Me
incrusté eso de a qué sabes,
cómo
suenas
o
qué suspiras
cuando
te saltas todos los semáforos en verde gemido
de
mis retinas,
ese
sinvivir con,
sin
convivir sin
que
llevas tatuado en tu ombligo,
o
mi órbita,
suelo
confundirlos;
como
la espera de una eternidad
sin
poder domesticar el infinito de un poema sin versos
que
entiendan de heridas y de huecos,
de
derribos y fracasos:
de
todos mis destrozos por tu vida.
Como
si cerrara todas las jaulas de miedos
que
pretenden separarme de ti,
abro
las tormentas de tus ojalás
y
te recorro empapado de sol,
a
modo de aprendiz necio
girando
entorno a una luna que ha dejado de menguar
por
un astro que no supo encontrarle las cosquillas.
Tengo
monstruos sin sombra dentro de la cama
que
me gritan tu nombre cada noche,
y
se duermen entre tu coletero y nuestros sueños;
creo
que también te echan de menos.
Entonces
le doy ventaja a los espacios
e
imagino que siempre fuiste ese lugar con el que quise vivir,
ese
ápice de utopía en forma de persona,
con
forma y conforme en tus caderas,
sin
forma de parar esta jauría de palabras
que
quiero acariciarte cada primavera
en
la que se duerman los monstruos antes que nosotros,
y
por fin
sea
capaz
de
encontrarte las cosquillas.
Como
la libertad desnuda y disfrazada de traidora
que
quiso sorprender la lluvia
y
ésta le mojó su nunca.